Llegó al ecosistema argentino en 1991, cuando se la implantó a imagen y semejanza de una especie de vieja estirpe y raigambre norteamericana.
Al comienzo su presencia fue apreciada, y se pensó que podrían sobrevivir a los riesgos y obstáculos que no lograron sortear sus existinguidos ancestros.
Con el tiempo esa ilusión comenzó a desvanecerse. Fueron aceleradamente perdiendo fortaleza y prestancia. Un grosero error de cálculo de algún oscuro funcionario los convirtió en la plaga más impensada. Se fueron multiplicando con prisa y sin pausa. La gente empezó a desprenderse de ellos. A huirles. Comenzaron a pasar de mano en mano, cada vez con mayor velocidad. Y ellos se partieron, se arrugaron, se ajaron.
Sin embargo la especie aun se resiste a extinguirse y, hace pocos años, mutó su apariencia. Como si de esa manera pudiese detener su declive y desaparición definitivos.
Afortunadamente San Martín nunca verá su lenta decadencia y pronta extinción. Quizás se hubiese sentido menospreciado o traicionado. Así como los gusanos se convierten en mariposas, ellos tienen, más temprano que tarde, destino de moneda. Son los billetes de cinco pesos.